Saturday, August 13, 2005

La vista desde el campanario

Al frente tenía la plaza principal del pueblo, mirando a través de la otra ventana veía los restos de la Iglesia abandonada, sin techo, sin santos, sin nada que hiciera pensar que ésto hubiera sido un lugar donde se rendía culto religioso, solo el campanario, donde estaba apostado, era lo único que confirmaba esto.

Una mamacha, que al verme subir y bajar del campanario, se me acercó pidiéndome que abogara por la refacción del templo. Evocó su juventud en el cual se mezclaba los recuerdos de aquellas fiestas en la plaza durante las fiestas patronales y el papel que jugaba la iglesia en ellas. Su semblante se transformó cuando recordó que hubo un momento en que los pobladores tuvieron que abandonar Santiago de Pischa por la violencia política, y que desde esa época no ha habido oportunidad de volver a disfrutar de aquellas fiestas.

Santiago de Pischa es un pueblo que está a menos de una hora de camino de Ayacucho. Fue sacudido por la violencia política de la década del 80. Actualmente, y gracias al programa de apoyo al repoblamiento, es un pueblo que ha vuelto a renacer y disfrutar de la tranquilidad.

El pueblo, al estar ubicado en un valle, me hizo recordar mi niñez. Durante la espera del carro que me devolvería a Ayacucho, pude disfrutar viendo el juego con bolitas de unos niños, me asombré de las habilidades de un malabarista del trompo, el pastoreo de cabras y el libre tránsito de gallinas y polluelos por el pueblo, todo esto propio del paisaje de una común campiña costeña. Por momentos, viendo a aquel niño haciendo piruetas con el trompo, con sana envidia recordaba a amigos de infancia que hacían malabares que yo no podía hacer. Lindos recuerdos, que mitigaron la ansiedad de la espera del carro que duró mas de una hora.

Mientras regresaba a Ayacucho conocí a Don Bonifacio, un señor de 48 años natural de Atacocha. Mientras disfrutaba de sus historias, entre ellas sus largas caminatas desde su pueblo a Ayacucho que duraban 7 horas y la de sus hijos, uno de ellos que estaba postulando a la universidad y en el cual depositaba mucha confianza, el valle se mostraba en todo su esplendor a través de la ventana de la combi.

Al llegar a Ayacucho y luego de despedirme de Don Bonifacio, por un buen rato solo he podido pensar en el tesón y coraje de estas personas. Los admiro.

Ayacucho, 13 de Agosto de 2005

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