Sunday, January 22, 2006

Sentado sobre una piedra

Han pasado casi dos semanas, sin embargo aquella imagen en mi mente me abre aun las puertas a los recuerdos de mi niñez. Sin duda, los niños somos iguales tanto en las alturas como en el desierto costeño, cuando frente a nosotros, bajo nuestros pies, una corriente de agua busca su destino en el horizonte.

Viajaba de Huancayo a Pasco. El viaje transcurria sin problemas. Miraba a través de la ventana como el paisaje cambiaba mientras nos acercábamos a la Oroya. En un momento divisé un grupo de niños jugando a un costado del rio, y un poco mas allá una gran piedra que servía de asiento a un niño. El niño tendría unos 9 años, tenía ropa de colegio, apoyaba su mentón en un puño, mientras que con la otra mano tiraba piedras al rio. Su mirada no transmitía aburrimiento, mas bien la sonrisa en su rostro parecía que estaba soñando despierto. Lástima que esa imagen tomara solo unos segundos, el carro seguía su recorrido y rápidamente desaparecía de mi ventana aquel niño.

Hay ventanas que nos transportan a nuestro pasado. A veces esas ventanas se abren en el momento menos pensado. Cuando uno ha tenido una infancia feliz, a veces resulta mas sencillo encontrar dichas ventanas que te permitiran revivir sensaciones y emociones. Dicha ventana la encontré en aquella imagen del niño sentado en dicha piedra.

De niño he sido siempre solitario, pero de una soledad especial, siempre salía con los amigos del vencindario, pero en aquellas salidas siempre encontraba el momento de quedarme solo y soñar, soñar despierto, o matarme de preguntas sobre cualquier cosa. Habia dos lugares que particularmente me encantaban: el árbol frente a la casa donde existía una compuerta de agua de la acequia que pasaba por alli, y el "balneario" chiclinero de Acapulco. ¿Porqué me gustaban? por las corrientes de agua que corrían por allí. Las corrientes de agua siempre te invitan a la reflexión: no puedes detener el agua, como no puedes detener que anochezca o amanezca, no sabes a donde se dirige, como no sabes por donde andarás mañana, no sabes de donde se origina, como no sabes porque estás en el mundo. De niño, esas preguntas resultan particularmente difíciles de contestar, de grande quizás se reduce a esta última, pero aun he hallado la respuesta adecuada.

Cuando viajé por la selva, ya como profesional, me sorprendió la inmensidad de los rios de la selva. Me enamoré de dos rios, el Rio Cumbaza, en sus alturas de San Antonio, y el Rio Huallaga. Sentía sus aguas con cierta frecuencia, y las veces que estuve envuelto en ellos, salía a secarme sobre una roca o la arena, coger una piedra y tirarla al agua, y de nuevo reflexionar sobre mi vida.

Seria extenso hablar sobre el cariño que siento ahora también por el Rio Marañón, el Rio Mantaro o el Rio Vilcanota. Pero lo que si he logrado entender es por qué Arguedas y Ciro Alegría amaban sus ríos y extraían de ellos su fuente inspiradora para escribir. La diferencia es que ellos disfrutaron de dicha belleza desde su niñez, yo sólo desde mi adultez.

Lima, 22 de Enero de 2006

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